Te preguntas si me adapto


“¿Antes que nada o antes que todo?”,  ¿Recuerdas esa pregunta?
El Ser y la Nada de Sartre, tu ateísmo, mi agnosticismo.
Aún así, cósmicamente se nos presentó la vida.
Se nos aparecía repentinamente la Física,  recorríamos fácil el tiempo y la distancia.
Nadie nos ganaba siquiera una batalla.
Nos preguntábamos el mundo entero y la certeza nos favorecía.
¿Qué somos?  Personas. Personas que se quieren.
No más tres semanas decía yo internamente.
“Quédate conmigo” me pediste y fuiste tú quien te quedaste.
Tres meses, tres años y más.
Prefería los versos y tú la prosa. Finalmente te quedaste con el libro de Neruda, con el poema que  puse en tu bolsillo una mañana.
Releí tu entusiasmo, te busqué en las novelas que disfrutabas.
Las mañanas de verano, los atardeceres de primavera y el resto del año bien nos amábamos.
Las películas nunca llegaron al nivel de nuestras conversaciones. Jamás terminábamos de verlas.
Persistieron las escapadas a la playa, aún me descuido ante tus bromas en la arena.
Tomo la bicicleta por las noches si me da gana ¿recuerdas? (ya no es como antes).
Confío a mitad del bosque en lo incierto del camino.
Horcón está más iluminado y demasiado poblado.
Por las tardes rompía el vacío de tu casa sólo para evitar que lo sintieras a tu llegada. Lo detestabas y para mí no era tan terrible, pues sabía que vendrías.
Valía el ansia de esperarte mientras recorría a Luis Royo entre sus páginas
Dulce espera. Escuchaba el silencio cómplice de la alfombra, cientos de veces nos albergara.
 Ni siquiera se me ocurría planificar sorprenderte, lo hacía de tantas formas espontáneas.
Hacías tan bien la cama y la deshacíamos tan bien. 
Las pastas al dente, la carne y sus salsas.
En cosa de minutos hicimos un hogar.
No era el vino ni las machas a la parmesana; un par de marraquetas cotidianas, era el tomate que cortabas con tal sutileza en finas rodajas.
Tres huevos por la mañana, era nuestra dosis los fines de semana.
La primera pizza (sin orégano) se burló de nuestro intelecto
 Nerón saltando en dos patas para espiarnos por la ventana.  
Quien te viera como yo pelando esa naranja con las yemas de tus dedos.
Me alentabas mientras tú también crecías.
Recordabas el número mágico cada vez. Me encantaba que estuvieses pendiente de ello.
Quien viera tus ojos de infancia, las lágrimas bajo la tinta que llevas en la piel.
Quien viera
Quien viera tu espera, tu sonrisa y tu placer
Quien viera
Quien viera que recuerdo no sólo tu nombre, tu rut y tu sexo. Recuerdo también tus sueños, las canas locas que odiabas,  también el aroma de tu cabello, la barba que enrojecía todo mi cuerpo, tus ojos, el brillo de tus ojos, tu sonrisa, el filo de tus dientes, tu cuello entre mis labios y lo que tú y yo sabemos.
Tus manos limpias y suaves para mí, eso de sacarte el reloj para no lastimarme un milímetro siquiera y tan rudo que te mostrabas para el resto.
Tu precaución por mi alergia en tus detalles, despertarme cariñosamente en el sueño
Osaste besar mis pies hasta pacificar cada uno de mis dedos.
Quien viera tu inquietud y tu paciencia, tu dulzura y tus molestias.
Quien viera cuán suave me hablabas
Quien te viera acaso conformándote con algo, falto de ideas, falto de ganas
Quien te viera. Simplemente quien te viera 
El álbum con nuestras fotos, la primera flor (pequeña como yo)  aún la conservo.
Debo decir “después de todo”
Después de todo debiese contarte:
Que a falta de luna llena aparecen las estrellas.
Ya no busco a las “tres marías”, aprendí cosas interesantes de la cruz del sur.
Me fijo cuando corren las olas y miro nostálgica Las Petronas.
No me detengo ante esa canción que nos gustaba.
Duermo siesta como aquellas.
Eros y Psique siguen siendo un sueño.
Descubrí Magallanes y Perito Moreno, falta aún Caleta Tortel y Tierra del Fuego.
 Regresé una vez más a Valdivia.
Tuve un solo amor, el resto fueron intentos. Encuentros de olvido.
¿Que si me adapto?: Dicen que uno vuelve a los lugares donde fue feliz
No sé si me adapto. No estoy segura de querer hacerlo.
Me gusta saludar como en Puerto Guadal, disfruto la amabilidad de la gente
Tengo a mi casero, el narcotraficante de paltas. ¿Te conté que la palta ha subido más que la bencina? y luego vino el tomate
 ¿Te encantaba el tomate, no? Ahora, el aroma de sus hojas me resulta afrodisiaco, igual que la albahaca. Te imagino también en las viñas, aquellas donde fantaseábamos.
¿Te conté que ya no bebo destilados? Se fueron con ellos los mejores recuerdos. Esa noche tibia acampando en Tamango.
El vecino de la esquina casi no abre su negocio y puso en venta su casa.
El de al frente siempre cortés, sólo más viejo.
Como menos carne,  aún sigo disfrutando los asados. Ya sabes cuál es mi placer culpable.
 Regreso a mi casa, el gamulán está guardado. El tuyo, el mío. Ambos siguen colgados.
 Intento caminar más lento, respirar más profundo. Me falta práctica, mucha práctica. Ya sabes, nunca fui paciente.
Los fríos no son como los de antes, las amanecidas tampoco.
Duermo más horas que antes. A veces recorro nuestros barrios, a veces me pierdo.
¿Qué si me adapto? me siento en casa y un poco turista.
He pasado por fuera de aquella casa que hicimos nuestra, algo de nosotros quedó allí dentro
Nuestra juventud más pura, nuestros cuerpos desnudos, la música que siempre sonaba, los amigos que llegaban, fue más que sexo, fue más que droga, fue mucho más que rock and roll, mucho más que tres semanas.

“Quédate conmigo” me pediste y fuiste tú quien te quedaste.

Me tatué un Ave Fénix, necesito retocarlo

Te dije diez años
los decretos no fallan
y  sin embargo, me adapto.



Lorena Zepeda Ramos

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