El profeta - Khalil Gibrán

Demasiados fragmentos de mi espíritu he esparcido por estas calles y son muchos los hijos de mi anhelo que marchan desnudos entre las colinas. No puedo abandonarlos sin aflicción y sin pena.

No es una túnica la que me quito hoy, sino mi propia piel, que desgarro con mis propias manos. Y no es un pensamiento el que dejo, sino un corazón, endulzado por el hambre y la sed.

Pero, no puedo detenerme más. El mar, que llama todas las cosas a su seno, me llama y debo embarcarme. Porque el quedarse, aunque las horas ardan en la noche, es congelarse y cristalizarse y ser ceñido por un molde. Desearía llevar conmigo todo lo de aquí, pero, ¿cómo lo haré? Una voz no puede llevarse la lengua y los labios que le dieron alas. Sola debe buscar el éter. Y sola, sin su nido, volará el águila cruzando el sol. Entonces, cuando llegó al pie de la colina, miró al mar otra vez y vio a su barco acercándose al puerto y, sobre la proa, los marineros, los hombres de su propia tierra.



Y su alma los llamó, diciendo: Hijos de mi anciana madre, jinetes de las mareas; ¡cuántas veces habéis surcado mis sueños! Y ahora llegáis en mi vigilia, que es mi sueño más profundo. Estoy listo a partir y mis ansias, con las velas desplegadas, esperan el viento.

Respiraré otra vez más este aire calmo, contemplaré otra vez tan sólo hacia atrás, amorosamente. Y luego estaré con vosotros, marino entre marinos. Y tú, inmenso mar, madre sin sueño.

Tú que eres la paz y la libertad para el río y el arroyo. Permite un rodeo más a esta corriente, un murmullo más a esta cañada. Y luego iré hacia ti, como gota sin límites a un océano sin límites.

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